jueves, 6 de enero de 2011

El pueblo olvidado por Dios - Parte 2

Escribiendo desde: Mi Casa, Manzanillo, Colima.

Sales de Colima y viajas por la carretera en dirección a Cuauhtémoc. En el tercer retorno das vuelta a la izquierda y tomas el camino que sube por las densas faldas del volcán de Colima. Pones tu CD favorito de La Oreja de Van Gogh (que, cabe mencionar, quemaste tú mismo) en el estéreo y afinas tu voz en modo de preparación para cantar las rolas que ya tienes grabadas con fuego en la mente, mientras disfrutas del hermoso paisaje rústico de los alrededores. Parece que siempre es primavera por estas zonas, aunque estemos en pleno invierno, los árboles todavía florecen y escuchas a los pájaros cantar en armonía. Claro, tampoco se te escapa una que otra ardilla juguetona, que por juguetona la terminaste atropellando accidentalmente, pero no hay pedo.
Te atreves a dormirte un rato, pues sabes que todavía hace falta un buen rato y como te sabes el recorrido de memoria ya sabes que no te vas a perder nada. Para cuando escuchas la melodía con la que inicia La Playa, tu canción favorita de todo el disco, abres los ojos. Sabes que están llegando a su destino. Miras a tu alrededor y notas cómo los árboles y los prados han desaparecido, y en su lugar se encuentran varias casas derrumbadas de concreto. Cierras los ojos, cuentas hasta cinco, y los vuelves a abrir. Ahí está el súper de Doña Pina, la hija de su chingada madre.
Mientras se termina tu canción preferida en la última tonada, ves que están pasando por el jardín del pueblo y que solo fatan dos cuadras para llegar a su destino. Sonríes cautelosamente, observas a tus compañeros, la mayoría de ellos dormidos, y apagas el estéreo. Quitas el disco y lo guardas en tu chamarra. Siempre es el mismo recorrido. Siempre es el mismo cuento. Y lo que siempre te lamentas es que nunca estás despierto para ver el letrero que lee: Bienvenidos a Montitlán, el pueblo olvidado por Dios.


Lamento haberme tardado tanto para escribir. Lo que pasa es que la noche del martes (cuando me fuí a Montitlán) nos hechamos una peda horrible y terminamos muertos. Terminamos regresándonos ayer cerca de medianoche, y no regresé a Manzanillo hasta entrada la madrugada. Fue un cansancio horrible, lo bueno es que ya terminó.
Pero no voy a hablar de este viaje. Eso lo guardaré para otra entrada. De lo que voy a hablar es algo más importante... o bueno, no estoy seguro si es más importante pero es mejor si lo cuento ahora a si lo cuento más tarde. De lo que voy a hablar es de las veces anteriores en las que he estado en Montitlán.
El primer viaje fue hace unos ocho meses, cuando todavía estaba en la preparatoria y todo era pedas, libertinaje, tabaco y risas. Un mundo color de rosa, podría decirse. O bueno, técnicamente rosa, ¿pues qué tan rosa puede llegar a ser el mundo de un adolescente? Bueno, siendo bisexual, algo rosa, pero no TANTO.
Total, el viaje lo habíamos planeado con mucha anticipación, un amigo de nosotros puso la casa donde nos quedaríamos (el mismo que ha puesto la casa los otros dos viajes, ji ji) y nos preparamos para comprar la carne, la cual queríamos ya marinada, por cierto, y emprendimos nuestro viaje. Era la primera vez que íbamos a ese pueblo, y estabamos muy mentalizados al respecto. Ya sabes cómo son los viajes. El primero te vas bien preparado, el segundo ya no tanto, y el tercero solo te llevas un poncho y botellas de agua (tanto para tomar de ahí, como para tener un lugar donde mear en caso de una emergencia). El viaje en cuestión no nos llevó mucho tiempo, pero por ese entonces en la carretera estaban haciendo inspecciones fitozoosanitarias, y un amigo mío y yo habíamos llevado mota para el viaje, por si alguien quería. Otro de los güeyes que iba con nosotros llevaba una shisha, pero tú y yo sabemos lo ignorantes que son los federales, y de seguro confundirían la shisha con algún artefacto para consumir droga (si a eso le sumamos lo que sí teníamos de droga... pues nos iba a caer el culo de la gorda encima). Finalmente, nuestros temores fueron infundados, ya que no nos tocó que nos pararan. Un amigo estaba tan asustado que creo que se cagó encima. Pero después de la inspección el viaje fue muy tranquilo, y hasta pusimos música de La Oreja de Van Gogh para calmarnos. Entre la selección del viaje estuvo La Playa, Cuidate y Rosas. Debo de mencionar... que adoro a La Oreja de Van Gogh. Y hablando de canciones que me gustan, también he de comentar que Danza Kuduro me ha estado gustando más y más.
Llegamos, tomamos un poco, fuimos a conocer a doña Pina, la dueña de una tiendita (que creo es una de las pocas del pueblo) y un amigo se paseó por el jardín principal del pueblo, enfrente de la iglesia, sin camisa. Estuvo cerca de media hora haciendo eso, hasta que el sheriff del pueblo (un viejito que hace papiroflexia en la sala de usos múltiples del ayuntamiento) le dijo que estaba poniendo nerviosos a los pueblerinos. Y nos llamó a todos nosotros "forasteros", de paso. No es que tenga algún pedo con que nos digan pueblerinos, pero fue tan gracioso que nos reímos del sheriff en su cara.
En la noche, estuvimos bailando como pendejos, tomando, y divirtiéndonos en grande tomando fotos. Hubo un momento en el que uno de los cabrones que había ido con nosotros, que por cierto se cree la gran verga, dijo que quería más alcohol. Entonces emprendimos una travesía en un carro que "tomamos prestado" de un amigo (sin su consentimiento, por supuesto) y estuvimos buscando alcohol. Por un buen rato no encontramos ningún lugar abierto, pero el mismo pendejo que había dicho que fuésemos por alcohol subió a un pinche ranchero desconocido al carro y éste nos llevó con sus amigotes. De ahí fuimos a una tienda donde todavía vendían chelas y hasta aprovechamos para comprar cigarros además de alcohol, ya que estaban escaseando.
Al día siguiente despertamos como nuevos y regresamos a Colima como si hubiesemos ido a un viaje inocente con mis amigos, evitando a los rancheros de la noche anterior, pues todavía no confiábamos en ellos, y apaciblemente nos despedimos de Montitlán, preguntándonos cuándo regresaríamos, si es que alguna vez volveríamos a ver ese lugar mágico.


Un par de meses después descubrimos la respuesta a esa pregunta. el güey que había puesto la casa el viaje anterior iba a cumplir años... ¿y qué mejor manera de celebrarlos que pasándose en Montitlán un fin de semana? Nos organizamos de nuevo y otra vez emprendimos la marcha a este lugar mágico, ahora con más gente. Creo que éramos unos doce en total, no un mal número si tomamos en cuenta que éramos puros hombres, y amigos cercanos.
Este viaje fue el que ganó el premio de "Mejor Viaje Masculino a Ranchito" del año. Descubrimos la sopladuriña, una sopladora de hojas, cuya imágen puedes ver arriba, y exploramos los rincones de la casa. También descubrimos un abanico gigante muy impresionante, con el que encendimos la parrilla, y jugueteamos un poco como niños pendejos.
Después de un rato de conversación embriagante, en todos los sentidos de la palabra, decidimos salir y ponernos a buscar al diablo, pues el güey de la casa había dicho que en Montitlán se aparecían cosas extrañas. Un burro sin jinete y y luces misteriosas en el horizonte encabezaban la lista. Salimos, pero al tentar un poco al diablo con gritos no salió nada, así que exploramos los parajes más desolados del pueblo.
Fuimos por un camino de apariencia abandonado, hasta topar con un pequeño rancho privado. Un amigo, que cabe mencionar es el más loco de todos los cabrones de Colima, arrojó una roca al techo que resultó ser de lámina. Después de que se encendieron las luces de la casa ante tal estrépito, escuchamos sonidos de balazos. Todos bien escamados, regresamos a la casa corriendo como pendejos. Creo que uno de mis amigos incluso hizo un video. Tal vez esté en Faceboo, tendría que buscarlo...
Una vez más en la casa, nos pusimos a tomar nuevamente y a escondernos del sheriff (que de seguro ya estaba harto de nosotros). En una de esas, el amigo demente que arrojó la piedra al techo de lámina comenzó a molestar a otro de los compas que estaban ahí. Le decía que si se iba a dormir, entonces él le encendería la sopladuriña (véase la imágen superior) en la cara. El cabron se... pues se encabronó y se fue a dormir, lanzandonos amenazas a diesta y siniestra. Cabe mencionar que después de esa noche, ese güey no nos ha vuelto a hablar...

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